Platiqué a solas, tranquilo con Dios,
le conté sin prisas todas mis penas,
dudas, temores y presagios sombríos,
rompí el silencio, hablé sin pena.
Me desahogué sólo con Él,
mas no pude mi pena llorar;
sin embargo, me hizo mucho bien
acercarme a Jesús para platicar.
No hubo reclamos míos a Dios,
pues ante todo tengo que reconocer
que Él nunca me ha dicho adiós,
cuando a veces me he olvidado de Él.
Padre Celestial que en tí todo es amor,
sea siempre tu voluntad y no la mía.
Gracias por ayudarme, quiero ser mejor,
no me desampares ni de noche ni de día.
|