Te vi partir sin decir nada,
dejaste una nota escrita con carmín,
y solamente se leía un ¡hasta pronto!
Me puse a imaginar donde habías ido,
y no pude saber dónde buscarte.
Me senté en el sutil banco de la plaza,
con los recuerdos bajo el brazo,
observado los tímidos dibujos de las nubes,
contando corazones,
desojando amapolas silvestres,
tratando de buscar consuelo en la esperanza.
Retrocedí a mi infancia,
y soñé que jugaba con un caballo de cartón,
con un barquito de madera,
aquel valiente atunero que recalaba,
en la bahía de las aguas azules.
Y desperté de pronto,
y ya estabas allí,
al pié de mi almohada.
Habías regresado con la mochila llena.
Traías un poema de Lorca,
un libro de Galdos,
una canción de cuna,
y muchas otras cosas,
entre ellas,
¡la ternura del beso!
¡la fuerza del amor que todo abrazo tiene!
Y me lo regalaste todo,
para que yo lo guardara en un lugar seguro.
Por eso,
por tantas otras cosas,
¡Yo te adoro!!
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