La íntima rosa, tiernísima y furtiva,
con su encanto, sonriente nos ampara;
gotas de sal irradia tu sonrisa,
en mi pecho la esperanza labra.
Qué grato deleite que se mece
en sus arenas de fervor secreto.
Con mi aliento, callados ámbitos campestres,
descarnado y seco remanso de silencio.
Canción del mar, de la brisa,
de tus bondades, de locas ansiedades.
Entre mis brazos, tus frutas amarillas,
el día, transparente, de sapiencia grave.
Milagro de sentirme en esos lazos,
en que derramo, colmado de ternuras,
en cálida dulzura, el gentil chubasco,
por veredas ignotas, donde ahí perdura.
De aquel paisaje de preclara virtud,
yo me elevo como un fantasma,
por encima de la pradera azul,
rompiendo el viento la frágil valla.
De la primavera que me lleva,
su secreto arranco, su alborozo matutino.
De encantamiento eternecido, siempre es bella,
mi pobre corazón, ¡remoto confín florido!
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